Memorias de un encuentro:
Congreso internacional de AMEI:
“Aprender a pensar para actuar”
Son muchos los grandes momentos con los que me quedo de este encuentro, y no tanto por las lecciones magistrales sobre educación – que las hubo y muchas -, sino por todo lo que en mí han suscitado.
Ya anunciaba el maestro Celso Antúnez en su apertura del congreso que nuestra misión como educadores es la de “provocar”, “preguntar mucho para que sea el niño el que busque las respuestas”; y le siguió Mar Romera en su conmovedora intervención diciendo que “no aprendemos conceptos, sino que aprendemos a los profesores, y lo que ellos proyectan en nosotros”.
Pues bien, si es cierto que es así, ambos ponentes hicieron muy bien su trabajo como maestros, ya que fueron muchos los pensamientos evocados, y la emociones suscitadas en los allí presentes. ¡Y sólo era el principio! Nos esperaban todavía dos emocionantes días.
Pasaron tantos y tan excelentes maestros por la palestra, que en este punto se me hace difícil ordenarlos para dar sentido a la narración. Pero tal y como también he aprendido estos días gracias a la “Pedagogía del error”, como alumna no debo tener miedo a equivocarme y debo ser independiente para tomar mis propias decisiones, así que allá voy.
Si tuviera que elegir una emoción que resumiera el congreso sería entusiasmo, optimismo y esperanza, que quedan reflejadas en la frase que Mar citó: “Se puede cambiar el mundo haciendo cosas pequeñas, pero pensando a lo grande”. Y éste podría ser el subtítulo del congreso, grandes pensamientos para cambiar la escuela desde dentro. Porque como denunciaba Francesco Tonucci en la clausura del encuentro: “No puede ser que la actual escuela no guste a los niños, a las familias, y lo que es peor, tampoco guste a los maestros”.
Para ello nos decía Celso que debemos abandonar la figura del “Profesauro”, y convertir nuestras escuelas en talleres y laboratorios llenos de vida, estimulantes, “que no digan mucho sino que pregunten mucho, cambiando así los signos de exclamación por los de interrogación”. Permitiendo así que los niños tengan aprendizajes significativos, dando cabida a la creatividad y a que los niños tomen sus propias decisiones sin miedo a equivocarse, como afirmaba Constance Kamii: “el aprendizaje nace de dentro y no se puede enseñar, tenemos que permitir que piensen por sí mismos”. Y debemos hacer el esfuerzo porque como reclamaba Tonucci, “tener una buena escuela es un derecho, no debe ser una suerte”.
Pero, ¿por dónde empezamos? Según sugería Mar por “desaprender lo aprendido”. Pero no es ésta tarea fácil, ya que son muchos los años que arrastramos de escuela dogmática, siempre al servicio de las necesidades mercantiles, doctrinales, económicas o ideológicas de los poderes sociales y políticos del momento.
En este punto el maestro Tonucci lanza la pregunta al aire:
“¿Es posible pensar en una escuela distinta?”
Yo, desde mi humilde ilusión de maestra, y después de todo lo vivido en estos intensos días de encuentro entre colegas de todo el mundo, me atrevo a decir que sí, que a pesar de los momentos que vivimos debe ser posible. Y es posible no a pesar de la crisis, sino gracias a la crisis, ya que los grandes pasos en la evolución surgen de las grandes crisis, la creatividad nace a menudo de la angustia, como dijo Tonucci, y como aventuraba Mar: “Quizás estemos en un momento de choque de planetas, pero siempre pueden surgir estrellas”.
Gracias a todos por hacernos pensar a lo grande.
Elena Vélez
Noviembre 2012